7.2.05

Exigencia de Goce, corolario de la Cultura *

Por Nélida A. Magdalena **

Una de las conjeturas de Freud respecto del sepultamiento del complejo de Edipo es que en la disolución de tal complejo, no intervendrían factores exteriores, sino que sería el resultado de su "imposibilidad interna". Se trata de una imposibilidad estructural, es una barrida de goce, es decir que es efecto del lenguaje. De esta operación traumática y estructurante que ejerce el lenguaje se desprende un residuo desde los intersticios significantes que se sustancia en el superyó. Es decir que no se trata de una prohibición de goce porque, según lo testimonia Lacan, gozar es imposible. Al prohibir lo imposible lo trata como posible, al prohibir el todo desestima el no-todo por lo que es una exhortación a la no castración. Es hacer de la renuncia a la satisfacción pulsional , un mandato, una obligación, una prescripción, y hasta una recomendación para integrar la masa social, cuando en realidad es un efecto estructural porque no todo el quantum pulsional es apresado por el significante.


El poder parental que se introyecta en parte como ley simbólica del padre, deja un residuo por fuera del orden simbólico. Es en la fiesta totémica donde se renueva el pacto fraterno porque no-todo el protopadre es asesinado, no todo entra en lo simbólico, sino que hay un resto que se contrapone al padre muerto. Eso que sobrevive amenaza con volver en contra del sujeto y ordena gozar. Lo que queda por fuera del padre simbólico, ese resto que subsiste del parricidio se sustancia en el superyó. Es decir, que no hace referencia al padre simbólico cuya cara amable responde al ideal del yo, sino que se origina en el padre primitivo, en el llamado al goce puro.

Freud no señaló en forma explícita esta dos caras, pacificadora por un lado y perturbadora por la otra. Sin embargo en la lectura que Lacan hace del "Moisés" se vislumbran en la dualidad de los entes divinos: el dios de la sublimación y el de un goce feroz. Así, la ambigüedad de la ley del padre halla su sustentación en la operación estructurante y traumática que ejerce el lenguaje para el ser hablante, pacificadora y perturbadora: caras Jánicas de la ley.

Observamos que tanto en El malestar en la cultura, en El porvenir de una ilusión, Tótem y Tabú, Moisés y la religión monoteísta y otros, Freud muestra que no hay un abismo entre lo privado y lo comunitario. Y señala las formas por las cuales la cultura custodia su supervivencia, orientando permanentemente al lector a vislumbrar en la historia del sujeto la historia de la humanidad. Por lo cual podemos hacer referencia a una "gran neurosis contemporánea" según la expresión que emplea J. A. Miller en la Introducción al Seminario El Otro que no existe y sus comités de ética. Ya en 1930 Freud señala "Si el desarrollo cultural presenta tan amplia semejanza con el del individuo y trabaja con los mismos medios ¿no se está justificado en diagnosticar que muchas culturas- o épocas culturales -, y aún posiblemente la humanidad toda, han devenido neuróticas bajo el influjo de las aspiraciones culturales?" (1) En el mismo texto que hemos señalado Freud afirma: "...también la comunidad plasma un superyó, bajo cuyo influjo se consuma el desarrollo de la cultura" (2)

El superyó de la cultura establece sus ideales y hace sus reclamos principalmente en referencia a los vínculos que establecen los integrantes de una comunidad, donde el máximo escollo sería la inclinación a la agresión. Estos ideales quedan bajo el dominio del superyó – como relación conjugada de ideal y muerte- y se tornan en imperativos impuestos por grupos de poder de la gran aldea humana. Estos ideales se constituyen en mandatos orientados en la búsqueda de un Bien que promete felicidad. Así, la inclinación agresiva intenta ser neutralizada con el mandamiento cultural: "Ama a tu prójimo como a ti mismo", con lo que se impone un Bien que es inalcanzable.

Lacan toma la idea de Bien en Kant, afirmando que en la lengua alemana el término "Bien" tiene dos acepciones: Wohl y Güte. El wohl es el bien relacionado a un estado agradable, a un estado de bienestar producido por algo. En cambio el Güte designa el bien como una acción que se traduciría en "hacer el bien", relacionado con la ley moral. Así, un acto es moralmente bueno porque el sujeto actúa "por su deber" y el sujeto es virtuoso en tanto la ley moral se lo ordena. En este orden, la máxima kantiana implica elegir de tal modo que la máxima de una acción deba ser considerada como ley universal. Y esta ley moral es la que debe determinar la voluntad, apaciguando las inclinaciones del hombre en forma dolorosa. Pero este dolor se considera meritorio y eleva la dignidad moral. Por otra parte Lacan extrae de la obra del Marqués de Sade otra máxima: "tú debes gozar porque te asiste ese derecho" y la enuncia en el Seminario "Aún" donde revela: "Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo del goce: ¡Goza!" (3). Impone gozar, más... aún.

Por lo cual el "tú debes, aunque sea doloroso" que proclama Kant es homologable al "¡Goza!" de Sade, siendo equivalentes la voluntad moral y la voluntad de goce, se trata de una misma voluntad que Freud ubica en el corazón del malestar en la cultura. La voluntad moral exige la renuncia al goce -prohibición de goce-, y la voluntad de goce exige gozar de la renuncia al goce. Por lo que no se trata de una prohibición de goce sino de una exigencia.

La paradoja freudiana se presenta porque el superyó prohíbe el goce y se esperaría que con cada renuncia éste se complaciera apaciguando sus reclamos, no obstante ya hemos testimoniado de la avidez incesante de esta instancia crítica, de aquello que Lacan denominó "la gula del superyó". Así, al prohibirlo lo genera porque se vigoriza con el goce de la renuncia al goce. De modo tal que la paradoja desaparece si reconocemos que esta prohibición es en realidad una exigencia de goce. No se trata de una prohibición que alude al deber y a la culpa, que son conceptos que hacen existir al Otro, sino que remite a un imperativo de goce que prospera con voracidad en la época del Otro que no existe y que no obstante exhorta.

Es esa exigencia en forma de imperativo, la que traza el trayecto de un circuito implacable que anida en el núcleo de la cultura. Con el capitalismo se constata un desequilibrio permanente por la producción del exceso, propia de este sistema, cuya pervivencia depende de la creación de grandes cantidades de bienes para la satisfacción de las necesidades del mercado. Esto le posibilita expansión y vigencia pero, al servicio de estos mismos fines, crea nuevas necesidades, es decir genera la demanda de bienes con la anticipación de la oferta. Lo que impulsa un círculo vicioso que lleva a Slavoj Zizek a homologar el capitalismo con el superyó freudiano. Ya vimos que en el caso del superyó, a mayor obediencia a su mandato, mayor es su severidad: la renuncia exige una mayor renuncia. En forma similar en el capitalismo, una mayor producción para satisfacer la supuesta falta, sólo la potencia. En la pertenencia a una sociedad se produce una paradoja que consiste en pedirle al sujeto que elija libremente aquello que se le exige y de lo cual no será exonerado. En referencia a esta imposición del "deber ser" y "para todos lo mismo", vemos la vigencia kantiana que universaliza la moral y el sujeto debe enfrentar sus pasiones, obedeciendo a su deber.

En el texto que vinimos trabajando "El malestar en la cultura", Freud demuestra que no se puede lograr lo que Kant buscaba y Lacan acuerda aseverando que cuanto más se persiga el "tú debes" y el "para todos" más se logra la sumisión de los virtuosos y la inflación del superyó. Pues sofocar la satisfacción pulsional no detiene al superyó pero permitirla tampoco, porque cuanto menor es la infracción mayor es su severidad, fortalecido con el goce que genera. Por lo que su llamado estrepitoso e implacable a la no castración desde el corazón mismo de la cultura constituye un desafío para el Psicoanálisis. Lacan afirma que es necesario curar al sujeto de las ilusiones de completud: "...Toda suerte de bienes tentadores se le ofrecen al sujeto y saben cuán imprudente sería que nos dejásemos considerar como capaces de ser para él la promesa de hacerle accesibles todos esos bienes, (...) la que llamé la vía americana..." (4)


* Autorizado por la autora para su publicación en www.hipermodernidad.blogspot.com
** Adherente de la Escuela de la Orientación Lacaniana Sección Rosario (EOL - Argentina)



Notas
1. Freud, S. "El Malestar en la cultura", Amorrortu edit., Bs. As. 1.990, p.111
2. Freud, Op. Cit. p. 136.
3. Lacan, J. "El Seminario" Libro 20, Editorial Paidós, Bs. As., 1.998, p.11.
4. Lacan, J. "El Seminario" Libro 7, Editorial Paidós, Bs As, 1997, p.264.

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