21.3.05

La caída del Otro social y los efectos de segregación *

Por Sergio Linietsky **

Las ponencias precedentes tocaron explícitamente las cuestiones del alojamiento y la segregación. Es que nuestra práctica se dirige, necesariamente, a alojar al sujeto que deja afuera la confluencia de ciencia y capitalismo, de combinatoria y beneficio, sin la afectación del goce que se articula por la demanda.


Aceptar la demanda es aceptar las consecuencias que tiene sobre el viviente el lenguaje. Consecuencias de satisfacción y de insatisfacción. La segregación es no llevar la demanda a lo común de la comunidad. Este llevar la demanda a lo común de la comunidad es el estar, incluso el estar por ser. Es el cruce de lo singular con el lazo social. Si hay lazo porque hay demanda es que esta puede ser mutua y no querer saber de la demanda, desestimarla, es tratable en la medida en que el otro es aún humano. Aclaración necesaria en la época de los campos de concentración.


La caída del Otro social es una manera de nombrar el pasaje de lo uno de la paternalidad del amo, que reunía y pacificaba como propuesta de ideales a la multiplicidad que actualmente impera. En su Discurso de Clausura del Congreso sobre psicosis infantil, Lacan formuló que había el imperio, a entender el imperio del Otro del significante, que comportaba la sociedad patriarcal y que hemos pasado al plural, a los imperialismos, a la constelación de los significantes en su inconsistencia. Es un pasaje del Nombre del Padre a los nombres de goce. Así, el tejido social está hecho de tramas dispersas y de puntos singulares, de lugares de la demanda. Conviene tener presente que lo que se teje no son personas, sino las dimensiones que cada uno puede presentar. De la misma manera, lo que se segrega no son personas sino los modos propios de gozar, los síntomas.


La cuestión es cómo distinguir sin segregar. No estamos en la búsqueda de lo igual o lo mismo. Tampoco se trata simplemente de que para un individuo el Otro es otro individuo. Cuestionamos, con el sujeto dividido al individuo que se quiere Amo. Se trata de aceptar y localizar lo Otro de sí en cada uno. Lo que se presenta como singularidad y a lo cual es necesario hacer lugar es al estilo. Y el resultado con que cada uno va, hace el camino hacia su propio alteridad, es su síntoma. Ahora bien, con éste, no apuntamos a la inclusión, siempre más o menos cercana a la adaptación, sino a hacer ex-sistir esa singularidad.


Por otra parte, el dispositivo analítico integra la segregación como su propia exterioridad, puesto que el goce que no entra en él hace las veces de su real.


Lacan, en su discurso de clausura al Congreso sobre psicosis infantil convocado por Maud Manonni presentó a la segregación como un asunto respecto de las instituciones, en particular las psiquiátricas.


La cura en medicina es aproximativa. Si se hace de la salud un absoluto, el ser vivo tiende a ella como límite. La salud es imposible y siempre hay un resto de incurable. Lo que problematiza a la salud mental es, en primer lugar, cómo definirla sin que se reconozca, inmediatamente, el narcisismo y los prejuicios del que la define. Se recurre, entonces, a la normalidad, a la norma estadística. Pero ¿cuál es la desviación tolerable?


Por otra parte, ¿se puede distinguir así entre lo curable y su resto de incurable cuando se trata de la locura, si esta es justamente su indistinción? Es la dificultad propia de las instituciones de salud mental y lo que explica su propio enloquecimiento.

Hay enloquecimiento y pregunta eternizada: ¿hasta dónde el tratamiento?, pero también ¿qué es lo que lo valida? El psiquiatra se ha tranquilizado con la reducción de las manifestaciones de la locura debida a la intervención química, pero asegura que esto no es la cura, de la misma manera que lo formula para las adicciones. Quien pretenda otra cosa será un charlatán, y charlatana le parece la cura analítica.

¿Qué es lo que permite, a la vez, la consideración de la pluralidad de la clínica, en particular la de la locura, sin perderse en esa multiplicidad? La lógica del amo, cara a la institución, dice que lo que orienta es la norma de la normalidad, incluso la normalidad química.

Siguiendo la experiencia del psicoanálisis, los analistas decimos que lo que orienta es el síntoma, siendo otro real que el químico. Desde el siglo XIX se ha querido segregar el síntoma histérico con el pretexto de su simulación, el obsesivo con el de puro pensamiento, el perverso como categoría cuasi-policial y el psicótico como trastorno de la razón, de los humores o del sistema nervioso. En una oposición de la locura con la razón y de la ficción con la realidad, no se ha visto en el síntoma un modo de gozar, un real que resuelve, a su modo, el mal encuentro, el mal-estar de lo viviente en el lenguaje.

El problema de la locura es uno con el de la libertad si esta, en último término es el rechazo de toda ley, aún la del propio deseo. Las instituciones de salud mental son un caso de las instituciones humanas en general que están ahí para refrenar el goce loco de la libertad. Pero, justamente, no se trata de refrenar sino de Otra Cosa, de hallar un límite interno. Es necesario distinguir entre límite y barrera. Una barrera es un forzamiento que opone ley y deseo. Un límite, por el contrario, es lo que estructura un campo y da sus condiciones de posibilidad. Así, la cura imposible es el límite que crea el campo de la medicina. Si no se hace por los lazos, el límite de la libertad será la locura misma.

Freud descubrió como límite que el encuentro con lo sexual es siempre traumático. Nada nos prepara, ni puede prepararnos para él puesto que constituye un agujero en lo transmisible como lenguaje. Inversamente, hay lenguaje distinguible como disyunción entre significante y significado, como rodeo de este agujero. Esta situación inevitable del hablante respecto del agujero de lo simbólico hace que todo lo que se dice, lo que se hace, sea una posición de goce.

Ahora bien, el encuentro con este agujero que ya está ahí es contingente y su modo de resolución siempre en fracaso, puesto que se puede cernir como agujero pero no hacerlo desaparecer. Esta resolución es lo que llamamos síntoma y comporta la ley del goce de cada uno.

Por otra parte, este agujero se vuelve patente en las reglas sociales por el salto a dar cada vez entre su enunciado y su aplicación. Es lo que hace necesario al juez que interpreta, además del legislador que enuncia. Encontramos aquí una cercanía posible entre el sujeto del psicoanálisis y el del derecho, en la medida en que este alcanza su singularidad como caso. Si la ley se plantea como universal y necesaria, su aplicación está "sujeta" a la contingencia. El hombre propone y lo real dispone.

En esta confluencia con el discurso del derecho está también la pregunta por la libertad. Cooper y Laing denunciaron a la institución psiquiátrica en tanto isla para los locos, ghetto segregativo, oponiéndole la libertad. Pero no es cuestión ni de segregación ni de libertad sino de hacer lugar al sujeto particular de la palabra para que pueda, portado por ella, llegar a ver lo que en el miedo o el terror lo silencia.

* Trabajo presentado en el Panel de Cierre de las I Jornadas del Programa Interdisciplinario de Investigación en Salud Mental "Clínica e Intersecciones en el campo de la Salud Mental" radicado en el CEI-UNR - Centro de Estudios Interdisciplinarios de la Universidad Nacional de Rosario - 29 de junio de 2004.
** Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) – Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL – Argentina) - Texto autorizado por el autor para su publicación en www.hipermodernidad.blospot.com



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